Hitler y Napoleón, ladrones del 'cordero'
El retablo de la catedral de Gante, de Jan van Eyck, es la obra más robada de la historia del arte. Despedazado, rapiñado y falsificado, en seis siglos ha pasado por decenas de manos, incluidas las de Bonaparte y el Führer, obsesionados por el saqueo artístico.
Napoleón y Hitler tenían cosas en común. Amaban el arte y se apropiaron de la misma presa, La adoración del cordero místico, una obra que ha sido botín de guerra tres veces, rapiñada, troceada y falsificada. Desde que en 1432 el pintor Jan van Eyck finalizara uno de sus cuadros maestros, el retablo de la catedral de Gante ha experimentado en sus seis siglos de existencia diversos cambios de manos.
"La pieza inició su calvario en 1566, cuando fue desmantelada para evitar los ataques iconoclastas calvinistas"
"En 1934, unos ladrones se llevaron uno de los paneles. Nunca apareció y entre 1939 y 1946 se realizó una réplica que se instaló en el retablo"
"En su delirio, Hitler pensaba que el retablo escondía un mapa en clave para encontrar los Arma Christi"
"Grande, muy grande, como un Júpiter olímpico", según el filósofo Hegel, solo la tabla principal del retablo (la que muestra la adoración) mide 134,3 por 257,5 centímetros. Junto al resto de paneles forma un rompecabezas. En el centro, el símbolo más codiciado, La adoración del cordero místico, muestra un campo lleno de figuras, santos, eremitas, clérigos, jueces honrados y ángeles que rinden homenaje a la figura divina. La compleja pieza, formada por 20 paneles de roble pintados unidos por un gran marco con goznes, comenzó su calvario en 1566, cuando hubo de ser desmantelado del altar de la catedral de Gante para escapar de los ataques iconoclastas calvinistas. Dos siglos más tarde fue trasladado a París como trofeo de guerra. En 1800, seis paneles de los laterales fueron partidos por la mitad para ser vendidos. La pieza estuvo en las garras nazis durante la Segunda Guerra Mundial, escondida dentro de una mina de sal hasta que fue "liberada" por los aliados. Hoy el altar de Gante sigue orgulloso en el lugar para el que fue creado.
Símbolos, miniaturas, cada rostro, cada mano de las que pintó Van Eyck es un tesoro que pide a gritos ser descifrado. Y a eso se ha lanzado un historiador del arte, profesor en la Universidad Americana de Roma, Noah Charney (1979, Connecticut, EE UU), con su fascinante obra de investigación, Los ladrones del cordero místico, publicada en España por Ariel.
Formado en Reino Unido, en el Courtauld Institute de Londres y en la Universidad de Cambridge, Charney saltó a la escritura ideando una novela, El ladrón de arte, que fue best seller mundial, publicado en 2007. El éxito le llevó a fundar ARCA, una asociación sin ánimo de lucro que investiga los delitos contra el arte. Charney asegura que lo que le atrajo del retablo fue "conocer que era la pieza más robada de todos los tiempos". Viajó a Gante y sus dos pasiones, "la historia del arte y la historia de los delitos artísticos", coincidieron.
De Jan van Eyck es misterioso hasta su nacimiento; unos lo datan en 1380, otros, en 1385. Fue cortesano, embajador y agente secreto al servicio de los duques de Borgoña. Pintor de obra corta solo se le atribuyen con certeza 25 pinturas. Entró en la leyenda cuando el pintor florentino Vasari le adjudicó la invención de la pintura al óleo. No era cierto, pero la técnica empleada por Van Eyck, un mago, un alquimista, explotó al máximo las posibilidades de aquella nueva mezcla de aceites y pigmentos.
El retablo de Gante, la última obra de la Edad Media y la primera pintura del Renacimiento, es, según Pilar Silva, jefa del departamento de pintura flamenca del Museo del Prado, excepcional. "Ha sido tan apreciado porque es una obra maestra. Por sus dimensiones, porque no es un retablo al uso, además es un encargo que no está hecho ni por la Iglesia ni por el duque de Borgoña, es un encargo que inicialmente se hace a Hubert van Eyck, su hermano, por Joos Vijd y su esposa Elisabeth Borluut, los mayores patricios de Gante".
Una pieza excepcional que atrae a los ladrones. Charney afirma que la historia de los robos de arte es la de la captura de los símbolos. "En los robos en los que ha estado envuelta la obra de Van Eyck muy pocos han estado motivados por un provecho económico. Los estudiosos del arte raramente debaten sobre los robos de arte como un drama psicológico humano, un tira y afloja entre la propiedad ligada con motivaciones religiosas, políticas y sociales provocadas por el arte en un camino que ningún otro objeto inanimado sostiene. El retablo de Gante es el foco ideal para examinar el fenómeno".
Uno de los más famosos hijos de Gante, el emperador Carlos V, nunca se fijó en la obra maestra de Jan van Eyck, pero sí lo hizo su hijo, Felipe II, que logró que le permitieran hacer una copia del retablo y la tuvo en uno de sus palacios, en el Alcázar de Madrid. Más tarde sació su anhelo de poseer una obra de Van Eyck cuando María de Hungría le legó el famoso retrato del matrimonio Arnolfini, hoy en la National Gallery de Londres.
Flandes era un campo de batalla para los imperios europeos. En el siglo XVIII, bajo la dominación de los austriacos, Gante volvió a conocer tiempos de esplendor. El emperador José II de Bohemia y Hungría viajó a Gante y la imagen de Adán y Eva en el retablo, tan realistas y desnudos, hirieron su sensibilidad. Ordenó que aquellos paneles fueran sustituidos por unas copias exactas en la que los cuerpos se cubrieron con pieles de oso. Al retablo le aguardaba una nueva prueba, la de Napoleón Bonaparte en su paseo militar por Europa. Cuando las tropas del general llegaron a Gante, los paneles centrales de La adoración del cordero místico fueron a parar a manos del Ejército francés y de allí, directos, al Museo del Louvre.
Vencido Napoleón, el retablo volvió a Gante, aunque duró poco en el altar. En diciembre de 1816, volvió a ser desmembrado. Aprovechando la ausencia del obispo, el vicario de la catedral de San Bavón robó los seis paneles de las alas del retablo (cada panel pesa entre sesenta y cien kilos). El avispado marchante Nieuwenhuys compró el retablo robado por 3.000 florines (unos 3.800 euros) y se los vendió a un coleccionista inglés, Edward Solly, que se los llevó a Berlín. En 1821, el rey de Prusia, Federico Guillermo III, compró toda la colección de Solly y los paneles del retablo de Gante, cortados verticalmente para que el anverso y el reverso pudieran verse desde un solo ángulo, pasaron a ser exhibidos en el Museo del Káiser en Berlín. La I Guerra Mundial trajo más peripecias para un retablo que era ya epopeya nacional. Finalizada la contienda, la iglesia de Gante recuperó los paneles laterales. En 1934, parte del retablo volvió a ser robado. En esta ocasión se llevaron el panel de los Jueces justos a caballo. Los ladrones pidieron un millón de francos belgas de rescate. Nunca apareció y en 1939 el conservador del Museo de Bellas Artes de Bruselas, Jef van der Veken, un buen pintor surrealista, especializado en los maestros flamencos del siglo XV, empezó por su cuenta a copiar el panel de los jueces desaparecidos. Van der Veken acabó la réplica en 1945 y la instaló en el retablo. Parecía auténtica. Los versos escritos en el reverso de la tabla eran todo un desafío: "Lo hice por amor / y por deber. / Y para resarcirme / tomé prestado / del lado oscuro. Firmado: Jef van der Veken".
Pero aún quedaba la última gran prueba para el cordero y su corte de ángeles: Hitler. En su delirio pensaba que el retablo guardaba un mapa en clave para encontrar los Arma Christi, los instrumentos de la Pasión de Cristo, entre ellos, la corona de espinas y la lanza. Al Führer le fascinaba el ocultismo, y buscaba el Santo Grial y el Arca de la Alianza. El gran carnicero creía firmemente que si lograba estos objetos tendría poderes sobrenaturales. El retablo de Gante era una de las piezas más anheladas, para así sacarse la espina del Tratado de Versalles que obligó a Alemania a restituirlo a Bélgica. En mayo de 1940, un enviado del ministro nazi de propaganda, Goebbels, acudió a Gante para buscar el regalo para el Führer, pero el retablo había salido ya en dirección a Francia. Encontrarlo en los almacenes del Gobierno de Vichy no fue difícil, pero uno de sus generales, Goering, rival de Hitler en los saqueos de obras de arte, se le adelantó. Robaron la obra maestra de Van Eyck de un castillo en el sur de Francia y lo trasladaron a París. Allí se perdió su rastro.
Cuando las tropas aliadas entraron en Berlín comenzaron la búsqueda de los tesoros robados. Una pista les condujo hasta un especialista en escultura francesa, Hermann Bunjes, asesor artístico de Rosenberg, jefe de la ERR, la división nazi dedicada al saqueo de obras de arte. Bunjes reveló los lugares donde se escondían las obras robadas. El mayor alijo se encontraba en una mina de sal abandonada en los Alpes austriacos. Eran 12.000 piezas: obras de Miguel Ángel, Rafael, Vermeer, Rembrandt, Tiziano, Veronés y Van Eyck. Las custodiaba un nazi despiadado, August Eigruber. Tenía la orden de impedir que el botín del depósito de Altaussee fuera capturado y a punto estuvo de hacerlo volar por los aires. La restitución del cordero, dirigida por el general Eisenhower, a Bélgica fue épica. Los belgas lo recibieron como a un héroe nacional.
Noah Charney no despeja en su libro la incógnita de si el retablo vuelve a estar completo. "Durante seis siglos e incontables crímenes, la obra maestra de Jan van Eyck ha sobrevivido. Hoy tiene 11 de sus 12 paneles. Ha sido limpiado y analizado por el Instituto de Conservación Getty y el Gobierno flamenco. Se cree que uno de los paneles del retablo, el de los Jueces justos, robado en 1934 y que nunca se encontró, podría haber sido subrepticiamente reinstalado en la obra. Recientes análisis han probado, como pensábamos, que es una copia moderna pintada en 1940 para reemplazar el panel robado. Pero es cuestión de tiempo que se encuentre un día el original".